No importa cuán pecadores hemos sido, no importa cuál haya sido nuestra condición, si nos arrepentimos y creemos, venimos a Cristo y confiamos en él como nuestro Salvador personal, podemos ser salvos hasta lo sumo. Pero, cuán peligrosa es la posición de uno que conoce la verdad pero se demora en practicarla. Cuán riesgoso es para hombres y mujeres buscar entretener la mente, gratificar el gusto y satisfacer la razón, al descuidar lo que ha sido revelado como el deber y deambular en busca de algo que no conocen…
Jesús dijo: “Andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas” (Juan 12:35)… Practique cada precepto de la verdad que le fue presentada. Viva cada palabra que sale de la boca de Dios y, como resultado, seguirá a Cristo en todos sus caminos… El Señor no rehúsa dar el Espíritu a quien se lo pide. Cuando la convicción toca las cuerdas sensibles de la conciencia, ¿por qué no prestarle oídos, para escuchar la voz del Espíritu de Dios? Cada vacilación y postergación nos sitúa en una posición en la que nos resulta cada vez más difícil aceptar la luz celestial y, por último, parece imposible que las admoniciones y advertencias nos impresionen. Los pecadores expresan cada vez con mayor facilidad: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hech. 24:25)…
Las almas que inicialmente se demoran y vacilan, resisten la luz y rechazan todo conocimiento, tienen excelentes intenciones de hacer un giro completo cuando llegue el momento conveniente; pero el artero enemigo, que sigue sus huellas, hace sus planes para enredarlas con las cuerdas imperceptibles de los malos hábitos. El carácter se compone de hábitos, y un paso en el camino descendente es una preparación para el segundo paso, y el segundo para los pasos que siguen…
Los hijos de Dios han de brillar como luces, en medio de una generación perversa y torcida. Pero si no se cultivan los hábitos apropiados, cederán a las tendencias naturales y se volverán autosuficientes, autocomplacientes, descuidados, envidiosos, vengativos, independientes, testarudos, arrogantes, inflados, amadores de los placeres más que de Dios…
El carácter de Daniel es una ilustración de lo que puede llegar a ser un pecador por la gracia de Cristo. Él era fuerte en poder intelectual y espiritual… El Espíritu Santo ha de ser en nosotros un habitante divino. Entonces permita que la gratitud y el amor a Dios abunden en su corazón –Review and Herald, 29 de junio de 1897; parcialmente en Recibiréis poder, p. 34.
Por: Elena G. de White
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